Thursday, January 19, 2017

En mitad del océano

En algún lugar en medio del Atlántico he sido consciente de lo que es irse.

He decidido ver Interestellar en la pantalla de delante de mi asiento y me he dormido en casi todo el principio de la película.

Es duro dejarlo todo dice Matthew. Establezco un paralelismo entre el viaje exploratorio de interestelar, el planeta de melancolía y mi viaje.

Junto a mí viaja un señor cubano de pocas palabras cuyo único entretenimiento durante todo el viaje es mirar en su pantalla el lento movimiento del avión. Pasa las 10 horas de vuelo así. en un pequeño momento de desesperación increpa al avioncito de la pantalla diciéndole ¡Vamoos!. Comparte conmigo un pastelito que le sobra de la comida. Un bocata de carne y cualquier cosa que le sobre. Detrás de mí viaja un verdadero animador de fiestas equipado con un altavoz bluetooth muy potente que aprovecha para conectar cada vez que la tripulación de despista provocando la animación y la risa de su alrededor y la frustración de una mujer española que quería ver una película. La mujer se le queja y a mí me parece que la queja está muy fuera de lugar, lo cual me sorprende pues en España está situación me hubiese resultados están a mí tambien. Debe ser que sin darme cuenta ya he aceptado que estoy en Cuba y Cuba parece ser eso. En un momento en que me quedo dormido me despierta un aplauso. Al parecer el animador ha conseguido una heroicidad y ha encontrado una madre lactante de repuesto para un niño que lloraba porque a su madre se le había cortado la leche. El hombre había pedido a voz en grito una teta provocando la risa de todo el pasaje.

Aterrizamos en un nuevo aplauso generalizado al que me sumo y el animador vuelve a poner música. Contrasta este ánimo con sus continuas referencias a la supuesta costumbre de robar las maletas por parte de los empleados del aeropuerto y quejas generalizadas sobre lo que no hay en Cuba y si hay en España. Intuyo un poco de sorna hacia los españoles que vienen de turismo a Cuba.

Cruzo los trámite burocráticos y mi mochila tarda en salir una hora larga desesperante. En la salida me espera Carlos Luis. El padre de Janios, un ex compañero de trabajo cubano que se ha unido al principio del viaje. El padre Janios es un ingeniero de 74 años que sigue dando clase en la Universidad. Después de una hora de espera no muestra ni una muestra de desesperación, casi parece que de alguna forma ha disfrutado la espera y me acuerdo de mi compañero de asiento y de su falta de necesidad de entretenimiento.

Nos dirigimos al párking y nos subimos a un Lada blanco. Un coche ruso que me trae recuerdos de los coches de mi infancia. El olor, el sonido del motor... Parecen máquinas distintas a los coches actuales. Cero electrónica. Hago el gesto ya mecánico de ponerme el  cinturón de seguridad y mi mano se encuentra con un vacío. No hay cinturón.

Llegamos a la casa donde la madre de Janios nos recibe y me ofrece de todo lo que tiene. Le acepto una cerveza y un café. La cerveza no tiene etiqueta ni marca y los vidrios tienen distintos colores. Al parecer es una cerveza estatal que está muy buena. Hago esfuerzos para que no se me escape que su hijo llega en unas horas ya que es una sorpresa y yo soy muy bocas. Hablamos un buen rato y conscientemente eludo el tema de la política. El padre de Janios me ofrece un puro que acepto gustoso y nos hacemos una foto. Me enseñan una cartilla de racionamiento. Por ahora lo más sorprendente del viaje. La primera prueba tangible de que estas en un régimen comunista y que la vida allí no es como los vídeos que les enseñan a los turistas. Pienso que ver esto está más en línea con mi idea del viaje que ver peces de colores haciendo submarinismo.

Ponemos rumbo de nuevo al aeropuerto y esperamos una hora hasta que salen Janios y Leiva. Llegamos a casa y la sorpresa a la madre de Janios es mayúscula. No dejará de hace referencia a los temblores que le ha provocado. La madre nos saca una ensalada que llama ensalada fría. Una especie de ensaladilla rusa con pollo, cebolla y piña en mayonesa y mostaza.

Janios pide los periódicos de "ese" día. Y nos sacan periódicos del día de la muerte de Fidel. Me sorprende ver portadas idénticas de dos periódicos distintos.

Son las 22 pero para mí son casi las 6 de la mañana y mi cara delata el sueño y me lo notan. Ponemos rumbo a la casa en la que nos hospedamos. Los cubanos ahora pueden alojar turistas y esto ha convertido sus casas en una especie de hospedajes forzados. A pesar de estar muy cansado hablamos un rato con los dueños de la casa. El chico se llama Yaniel al que mi amigo Daniel llama tocayo. Tras resolver el entuerto nos vamos a dormir.

Nos despierta un gallo.

Supongo que la extensión de esta página se debe a lo sorpresivo de todo lo visto. Sospecho que, como pasa con todo, cuando la vista se acostumbre me centraré en lo esencial, pero ahora mismo todo me llama la atención. Todo es nuevo, cualquier rincón tiene algo. Cualquier ventana es llamativa.

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